“La vergonya per a fer mal (“la vergüenza para hacer daño”)

Esta es la frase que me decía mi madre de pequeña cuando sentía vergüenza ante alguna determinada situación (hablar con alguien, ir a algún sitio, afrontar una conversación…).

En algunas situaciones a las que me he enfrentado he sentido mucha vergüenza.

La vergüenza es una emoción social y es universal. Es la emoción social por excelencia. Todos las sentimos. Somos seres sociales y sentimos vergüenza en nuestra relación con los demás.

Sin embargo, no nacemos con vergüenza, la aprendemos.

De niños, estamos conectados con los demás, nuestra necesidad de conexión es una cuestión de supervivencia. A medida que pasan los años, la vergüenza rompe esta conexión.

Generalmente son el contexto familiar, los amigos, la escuela y el contexto social los que nos educan o deseducan en la vergüenza. De forma consciente o inconsciente recurrimos a la vergüenza para cambiar a los demás y protegernos a nosotros mismos. La vergüenza nace fuera de nosotros, en los mensajes y expectativas de nuestra cultura.

Lo que nos enseña a tener vergüenza es nuestra cultura, que es la que dicta lo que es aceptable y lo que no. No nacimos anhelando un cuerpo perfecto. No nacimos pensando en tener éxito. Una ilógica desproporción entre las expectativas y las opciones reales en que las podemos cumplir nos causa daño y deja cicatrices en todos nosotros.

Cuando sentimos vergüenza nos aislamos, tenemos miedo, nos sentimos solos y nos desconectamos de los demás: un divorcio, una pérdida de empleo, una adicción, una enfermedad, un embarazo, un abuso, un endeudamiento…no son cosas que suceden a “otra gente”. Nosotros “somos la otra gente”.

Hablar de nuestra vergüenza duele, y escuchar a alguien que te esté contando su propia historia de vergüenza también. Por eso nos callamos, silenciamos nuestras voces y guardamos secretos.

Muchas veces podemos confundir la vergüenza con la timidez, el ridículo, la humillación o la culpa. Por ello, es importante distinguir estas emociones de emoción de la vergüenza.

El ridículo es la emoción menos intensa. Es algo fugaz, incluso divertido en alguna ocasión; por ejemplo, cuando tropezamos o nos manchamos al comer fuera de casa. Sabemos que le sucede a todo el mundo y tenemos la certeza de que pronto desaparecerá.

La culpa, es la que con mayor frecuencia se confunde con la vergüenza. Ambas son emociones de autoevaluación; sin embargo, mientras la culpa la siento cuando “hice algo malo”, la vergüenza la siento cuando “soy algo malo”.

La vergüenza tiene que ver con lo que somos y la culpa con nuestros comportamientos. Reconocer que hemos cometido un error es muy diferente de creer que somos un error. La misma situación puede provocar culpa en algunas personas y vergüenza en otras.

También podemos sentirnos humillados y no avergonzados, por ejemplo, ante un insulto injusto e inmerecido, pero si asimilamos el mensaje de que somos estúpidos y por consiguiente merecemos ser insultados, lo que sentiremos es vergüenza. La humillación reiterada suele convertirse en vergüenza.

Por otra parte, la vergüenza y la autoestima también son cuestiones totalmente distintas.

La vergüenza la sentimos, la autoestima la pensamos.

Nuestra autoestima se basa en cómo nos vemos a lo largo del tiempo, nuestros puntos fuertes y nuestras limitaciones. Es lo que pensamos (y cómo lo hacemos) de nosotras mismas. La vergüenza por el contrario es una emoción. Es la manera en cómo nos sentimos cuando vivimos ciertas experiencias.

Para la trabajadora social, escritora e investigadora sobre la vergüenza Brené Brown, la vergüenza es una epidemia silenciosa, su impacto nos afecta a todos. Y lo que la hace “silenciosa” es nuestra incapacidad o rechazo a hablar de ella abiertamente y explorar lo mucho que influye en nuestra vida individual, en nuestro entorno cercano y en nuestra sociedad.

El mayor aliado de la vergüenza es el silencio.

La experimentamos, la sentimos y vivimos con ella, pero no hablamos de ella.

La vergüenza es como una telaraña que nos atrapa entre quién deberíamos ser, qué deberíamos ser y cómo deberíamos ser. Nos provoca miedo, culpa y desconexión. El miedo, la culpa y la desconexión son los efectos secundarios de la vergüenza.

Entonces, ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos superar la vergüenza?

Para Brené Brown el antídoto a la vergüenza es la empatía.

La empatía nos permite transformar el miedo, la culpa y la desconexión en coraje, compasión y conexión. No podemos oponer resistencia a la vergüenza; sin embargo, podemos desarrollar resiliencia a la emoción hasta experimentar empatía.

La resiliencia a la vergüenza queda determinada por nuestra habilidad para:

  • Reconocerla y comprender los factores que la desencadenan
  • Desmitificar, contextualizar y normalizar nuestras experiencias vergonzosas. Una conciencia crítica sobre lo que nos sucede
  • Abrirnos a los demás
  • Verbalizarla

La empatía es una cualidad que podemos aprender. Tener la capacidad de ver el mundo como lo ven los demás, no juzgar, entender lo que siente la otra persona y comunicarle que entendemos lo que siente es un camino de aprendizaje.

El aprendizaje de la empatía requiere coraje, curiosidad, humildad y por encima de todo respeto y compasión para poder conectarnos de nuevo con los demás y con nosotros mismos.

No neguemos que sentimos vergüenza, sabemos que somos adecuados.

Feliz Día

Inma Marco. Coach

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