En nuestra vida es muy común sobrestimar la importancia de los grandes momentos y restarle valor a la realización de pequeñas cosas cotidianas, aunque todas las cosas importantes que nos pasan provienen de comienzos modestos.

Frecuentemente subestimamos y descartamos los pequeños cambios porque no nos parece que tengan importancia en un momento dado. “Si voy al gimnasio dos horas por semana no me voy a poner en forma” o “Si como un paquete de galletas hoy, la báscula no va a registrar un cambio muy drástico”.

Sin embargo, nuestros hábitos, como un arma de doble filo, pueden trabajar a nuestro favor o en nuestra contra.

Los hábitos que trabajan en nuestra contra son difíciles de eliminar. A pesar de nuestras buenas intenciones, los hábitos poco saludables dan la impresión de ser difíciles de romper. Eliminar un hábito pernicioso es como arrancar un roble que crece en nuestro interior de raíz.

Por el contrario, desarrollar buenos hábitos equivale a cultivar una delicada flor día a día. Lo resultados pueden tardar en llegar y debemos aprender a ser pacientes.

¿Por qué es tan fácil repetir los malos hábitos y tan difícil desarrollar buenos hábitos?

James Clear, reconocido experto en hábitos, en su libro “Hábitos atómicos”, dice que si tienes problemas para cambiar tus hábitos, el problema no eres tú. El problema es tu sistema.

 

Un hábito atómico es aquel que se refiere a un cambio pequeño. Son pequeñas rutinas que parecen insignificantes, pero que cuando se acumulan se convierten en un combustible que nos genera unas ganancias increíbles en nuestra vida.

 

Cambiar nuestros hábitos es desafiante por dos motivos:

1º. Tratamos de cambiar algo que no es lo que debemos cambiar

2º. Tratamos de cambiar nuestros hábitos de la forma equivocada

 

1º. Tratar de cambiar algo que no es lo que debemos cambiar

Existen tres niveles en los que los cambios pueden ocurrir: de resultados, de procesos y de identidad.

  • Nivel de resultados. Tiene que ver con lo que obtienes. Por ejemplo: “Voy a leer un libro al mes”
  • Nivel de procesos. Tiene que ver con lo que haces. Por ejemplo: “Leo cada fin de semana después del almuerzo dos horas”.
  • Nivel de identidad. Tiene que ver con quién eres, cómo te defines. En el ejemplo, si me invitan a salir a almorzar un sábado contesto: “No gracias, otro día, soy lector…”.

La mayoría de las personas no consideramos mejorar nuestra identidad cuando nos decidimos a mejorar. Simplemente pensamos en resultados “Quiero estar delgado» y procesos «si realizo esta dieta adelgazaré». Establecemos metas y determinamos las acciones para alcanzarlas, pero no consideramos las creencias que dirigen esas acciones.

No cambiamos la manera en cómo nos concebimos a nosotros mismos y no nos damos cuenta de que nuestra identidad puede sabotear nuestros planes de cambio.

Detrás de cada sistema de acciones hay un sistema de creencias, detrás de cada hábito hay una identidad. La conducta que no sea congruente con quienes somos no será duradera.

Cuando nuestra conducta y nuestra identidad están completamente sincronizadas ya no intentamos lograr cambios de conducta, simplemente estamos actuando como la persona que creemos que somos.

“La manera más práctica de cambiar quién eres es cambiar lo que haces”

 

2º. Tratar de cambiar nuestros hábitos de la forma equivocada

James Clear nos dice que cualquier hábito es como un circuito de retroalimentación que puede dividirse cuatro pasos:

1º. Señal. Desencadena el proceso de una determinada conducta. Es una pequeña porción de información que anticipa la recompensa; por ejemplo, sentir hambre.

2º. Anhelo. La motivación que hay detrás de cada hábito. No anhelamos el hábito, sino el cambio de estado que trae consigo. Es distinto para cada uno de nosotros; por ejemplo, al sentir hambre, una persona anhela comer una manzana y otra una hamburguesa doble.

3º. Respuesta. Es justamente el hábito que realizas. Puede ser un pensamiento o una acción. En el ejemplo, me como la manzana o la hamburguesa doble.

4º. Recompensa. La meta final de cada hábito. Perseguimos las recompensas porque a) nos satisfacen y b) nos enseñan. Siguiendo el ejemplo, comer la manzana y la hamburguesa han satisfecho mi necesidad con más o menos contundencia y, además, he aprendido dos formas distintas de comer para un futuro, dos formas de relacionarme con mis niveles de azúcar, dos formas de sentirme, etc.

Para cambiar nuestros hábitos de forma adecuada es necesario transformar estos cuatro pasos en un marco de referencia que podamos usar para diseñar hábitos correctos y eliminar hábitos perjudiciales.

Este marco de referencia son lo que llama James Clear Las Cuatro Leyes del Cambio de Conducta. Tenemos que conseguir que nuestros hábitos favorables sean: obvios, atractivos, simples y satisfactorios.

En próximos post os iré hablando de ellas.

Mientras, una herramienta sencilla para poner en práctica y medir si vamos cumpliendo con nuestros hábitos atómicos es llevar un historial de hábitos.

Llevar un registro de nuestros hábitos tiene las siguientes ventajas: 1) Es obvio. Crea una señal visual que te recuerda que debes actuar. 2) Es atractivo. Es motivante porque te ayuda a ver el progreso que has estado haciendo y que no quieres dejar de hacer. 3) Es sencillo. Se puede automatizar y realizar solamente para los 2 o 3 hábitos que consideres más importantes. 4) Es satisfactorio. Registrar un avance exitoso de tu hábito produce un sentimiento de satisfacción.

Y lo más importante, trata de mantener tus hábitos en una racha continua. Si dejas de realizar un hábito un día, recupera el ritmo tan rápido como sea posible. No dejes de hacerlo dos veces.

En tus hábitos atómicos la frecuencia es lo que establece la diferencia

 

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