La vida nos presenta desafíos a diario. En nuestro camino encontramos obstáculos inesperados que nos desvían del mismo y nos producen tensiones y estrés.

En estas circunstancias, la forma en que gestionemos nuestros pensamientos y emociones es lo determinará que podamos seguir nuestro camino y alcanzar nuestras metas y objetivos.

Ignorar las emociones y los pensamientos incómodos no nos ayuda a afrontar las situaciones difíciles; sin embargo, no siempre respondemos de forma adecuada a estas situaciones y, o bien EMBOTELLAMOS nuestras emociones o CAVILAMOS a su alrededor.

Por ejemplo, si en el trabajo, tu jefe hace un cambio que te disgusta e ignoras tu frustración y tu enojo, pensando que al final desaparecerán, ocupándote de otros asuntos, eres, metafóricamente hablando, un EMBOTELLADOR.

Por el contrario, si ante este cambio piensas largo y tendido sobre lo que te gustaría decirle a tu jefe, repitiendo una y otra vez en tu mente lo que vas a decirle y lo que él te responderá, pero nunca legas a expresárselo, eres un CAVILADOR.

Los embotelladores tratan de desengancharse de los problemas, echando sus emociones a un lado y siguiendo adelante con su vida.

Esto puede suceder por varios motivos:

  • Porque los sentimientos no deseados les resultan incómodos o les distraen
  • Porque piensan que todo lo que no sea brillante y alegre es un signo de debilidad
  • Porque evitan desatar una tormenta emocional

El problema del embotellamiento es el hecho de que ignorar las emociones. perturbadoras como la tristeza, el miedo o la ira, no permite llegar a la raíz de lo que las está causando, centrando la atención en evitar ante todo los sentimientos negativos para tener el control.

La paradoja del embotellamiento es que parece que nos da el control, pero en realidad nos impide tenerlo.

Las emociones reprimidas surgen de forma imprevista en cualquier otro momento, sin esperarlas. Embotellamos nuestras emociones con la mejor de las intenciones y las emociones no deseadas parecen desvanecerse; sin embargo, están listas para resurgir en cualquier momento, en lo que los psicólogos llaman fugas emocionales.

Los caviladores, en cambio, son aquellos que muerden el anzuelo de los sentimientos perturbadores y ya no escapan de los mismos. Se cuecen en su propio sufrimiento, no para de mover la olla de sus pensamientos una y otra vez, son incapaces de soltar el objeto de su preocupación y se obsesionan con el daño.

Aunque los caviladores intentan resolver y afrontar su problema, se quedan enganchados o ahogados en sus propios sentimientos y no consiguen tomar acción.

Las emociones de los caviladores ganan fuerza como un ciclón, dando vueltas y más vueltas recogiendo más energía negativa a cada paso.

Todos hemos utilizado estas estrategias alguna vez y, de hecho, a veces, son la mejor forma de proceder; sin embargo, cuando las utilizamos como métodos de afrontamiento por defecto se vuelven contraproducentes y hacen que los anzuelos emocionales se claven cada vez más profundamente en nosotros.

Ninguna de las estrategias, ni embotellamiento ni cavilación, nos ayuda en nuestra salud y nuestra felicidad. Ambas son como aspirinas emocionales que tienen efectos a corto plazo, pero no afrontan la raíz o la causa del problema. Si no vamos directamente a la causa de nuestros problemas perdemos nuestra capacidad de aprendizaje y de estar plenamente inmersos en el mundo que nos rodea.

La agilidad emocional nos puede ayudar. 

La agilidad emocional no busca ignorar las emociones y los pensamientos incómodos, sino contemplarlos con calma, tomar distancia de los mismos, observar el problema desde otros puntos de vista, verbalizar lo que nos  preocupa, compartirlo y afrontarlo con valentía y compasión para sacar en cada situación lo mejor de nosotros mismos.

Y tú ¿embotellas o cavilas?

Feliz día

Inma Marco. Coach

Fuente: “Agilidad Emocional” de la Dra. Susan David

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