Muchas veces pensamos que el perfeccionismo es la búsqueda de lo mejor. Las personas perfeccionistas buscamos hacer las cosas perfectas y ser los mejores en aquello que hacemos, ya sea un proyecto, una comida , una actividad física…
Sin embargo, el perfeccionismo es una trampa. No es la búsqueda de lo mejor. Es la persecución de lo peor de nosotros mismos, esa parte que nos dice que nada de lo que hagamos será suficientemente bueno, que deberíamos intentarlo otra vez.
Además, el perfeccionismo nunca se produce en el vacío y toca a todo lo que nos rodea: hijos, amigos, familiares, trabajo, expandiendo con rapidez expectativas imposibles
“Perfeccionismo: tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado”. (R.A.E.)
¿Qué nos pasa cuando somos perfeccionistas?
- Cuidamos de forma excesiva los detalles perdiendo de vista el todo
- Perdemos nuestra originalidad y espontaneidad. Nos volvemos uniformes
- Tenemos el ojo puesto en los resultados, en lo externo a nosotros, lo que no nos permite disfrutar del proceso
- Somos críticos con todo aquello que estamos creando
- Nunca estamos satisfechos, ponemos el foco en aquello que nos falta.
- No asumimos riesgos, optamos por fijar nuestros límites en aquel punto que estamos convencidos de nuestro éxito.
Las personas perfeccionistas solemos estar instaladas en la exigencia. Desde la exigencia no buscamos hacer las cosas lo mejor posible, sino hacerlas perfectas. Esta búsqueda de lo imposible hace que nos sintamos frustrados, insatisfechos y anhelantes, entrando en un camino de autorreproches y sufrimiento.
La exigencia tiene la conversación asociada “lo que tengo es lo que soy”, por lo que cada error es un fracaso que llevamos a lo más profundo de nuestra identidad.
La académica y escritora estadounidense experta en vulnerabilidad Brené Brown, en su libro “Los dones de la imperfección”, establece una clara relación entre la vergüenza y el perfeccionismo.
La vergüenza es el lugar donde nace el perfeccionismo y cuando no la asumimos, ella nos asume a nosotros. Una de las grietas por las que se cuela la vergüenza en nuestras vidas es el perfeccionismo.
Para ello, la autora considera útil destrozar dos mitos:
- Perfeccionismo no es lo mismo que esforzarse por dar el máximo. No está relacionado con los logros saludables y el crecimiento, más bien es la convicción de que si vivimos de forma perfecta, actuamos de forma perfecta y tenemos un aspecto perfecto podemos minimizar o evitar el dolor de la culpa, el juicio y la vergüenza. El perfeccionismo es un escudo que pensamos que nos va a proteger y en realidad nos impide echar a volar.
- Perfeccionismo no es sinónimo de mejora personal. En el fondo, el perfeccionismo está relacionado con intentar obtener aprobación y aceptación. A la mayor parte de los perfeccionistas nos educaron alabándonos en nuestros logros y actuaciones “soy lo que consigo y lo bien que lo consigo”. Agradar, rendir, ser perfecto.
Todo ello nos lleva a la parálisis vital.
La expresión parálisis vital hace referencia a todas las oportunidades que perdemos porque nos asusta demasiado mostrar al mundo algo que podría ser imperfecto. También se refiere a los sueños que no seguimos por culpa de nuestro miedo al fracaso, a cometer errores y a decepcionar a los demás.
¿Qué podemos hacer para superar el perfeccionismo?
- Reconocer nuestra vulnerabilidad a las experiencias universales de la vergüenza, el juicio y la culpa
- Desarrollar resiliencia a la vergüenza
- Practicar la autocompasión
Es el proceso de aceptar nuestras imperfecciones donde encontramos dones más auténticos como el coraje, la compasión y la conexión.
¿Cómo actuar?
- Hablando de nuestra imperfección de una forma amable y honesta, sin vergüenza ni miedo
- Actuando desde la postura de que “todos estamos haciendo lo mejor que podemos”, sin darnos prisa a juzgarnos a nosotros mismos y a los demás.
- Practicando la autocompasión. Siendo amables con nosotros mismos cuando sufrimos, fallamos o nos sentimos incapaces. Reconociendo nuestra humanidad en nuestro sufrimiento “no solo me sucede a mi”. Tomando conciencia de nuestros sentimientos sin exagerarlos ni ignorarlos.
Todos intentamos vivir una vida auténtica y en lo más profundo de nuestro ser queremos ser reales e imperfectos. Como canta Leonard Cohen en «Anthem»:
“Toca las campanas que aún pueden sonar
Olvida tu ofrecimiento perfecto
Hay una grieta en todo
Así es como entra la luz”
Feliz día