En la situación actual, debido a la pandemia, estamos de forma individual y como sociedad soportando un fuerte estrés.

¿Por qué algunas personas tenemos una forma de afrontar el estrés y las adversidades que nos permite seguir adelante en la vida y otras parece que resultamos más afectadas y nos atascamos?

La clave está en la resiliencia. La resiliencia es la capacidad de superar la adversidad. Es un atributo natural y universal de supervivencia, que se compone de ingredientes biológicos, psicológicos y sociales.

Para el psiquiatra Luis Rojas Marcos, en su libro “Superar la adversidad”, estos componentes de la resiliencia se dividen en dos grupos:

1º. Los pilares de la resiliencia. Factores que forman parte de la personalidad y la perspectiva de la vida de cada uno de nosotros, independientes de la naturaleza de la adversidad.

2º. Mecanismos de protección específicos. Comportamientos amortiguadores que se activan como consecuencia de la situación estresante y que juegan un papel decisivo en el buen final de los acontecimientos.

Los componentes de ambos grupos (pilares y mecanismos de protección), aunque varíen de persona a persona, se refuerzan y se interrelacionan entre sí para configurar nuestra capacidad de encajar, resistir y recuperarnos de las adversidades.

Los pilares de la resiliencia son seis:

  1. Las funciones ejecutivas. Con qué recursos y habilidades contamos para resolver los problemas. Las funciones ejecutivas se encargan de gobernar nuestros pensamientos, las emociones y las conductas. Un componente fundamental para conocer nuestras funciones ejecutivas es la introspección, la observación interna que nos permite entendernos y encontrar explicaciones a los fenómenos que nos afectan. Además de entendernos, la visión realista de nuestros talentos, recursos y debilidades nos ayudará a tener mayor probabilidad de acierto en nuestra toma de decisiones.
  2. Localizar y mantener el Centro de Control dentro de uno mismo. Mantener el sentido de la autonomía y pensar que dominamos razonablemente las circunstancias, haciendo aquello que depende de nosotros, hace que respondamos con mayor coraje y resistencia a las situaciones adversas que respondiendo con pasividad y resignación.
  3. Una sana autoestima. Un juicio de valor sobre nosotros mismos favorable y coherente que estimule la confianza, la fuerza de voluntad y la esperanza, reconociéndonos cualidades y talentos para superar las dificultades.
  4. Pensamiento positivo. Una perspectiva favorable de las cosas que no interfiera en nuestra capacidad de ser objetivos, de utilizar la razón, desde la humildad. Observar y analizar las experiencias del pasado, las explicaciones que damos a los sucesos presentes y el nivel de esperanza que albergamos de cara al futuro es un buen método para medir nuestro pensamiento positivo.
  5. Motivos para vivir. El sentido que le damos a la vida: el amor, la muerte, una misión, un cometido, un deber moral… Las pasiones son combustibles de esperanza, ingenio y valor que nos transforman en luchadores incansables.

Por otra parte, los mecanismos de protección son:

  1. Ver lo que no esperamos ver. Dejar los convencionalismos y las creencias inflexibles y tomar conciencia y medidas para protegernos con conocimiento de causa, reforzando nuestro sentido de control interno.
  2. El liderazgo y el altruismo. Personas que nos guíen y nos den dirección y consejo que consideremos capaces, justas, creíbles y honestas, que transmitan calma y confianza, que conozcan las circunstancias y comuniquen con seguridad y claridad la naturaleza del peligro que afrontamos. Por otra parte, el altruismo, ayudar a otros en circunstancias adversas, nos hace más resistentes al estrés y al agotamiento físico y emocional.
  3. La explicación del sufrimiento. El significado o interpretación que le damos a la adversidad puede fortalecer o debilitar nuestra capacidad para superarla. Por ejemplo, la sobrecarga de culpa (“pensarán que soy débil”), ataques de enemigos malignos (“han creado el virus para privar de libertad a la población“), o ver las circunstancias como irreversibles, etc. no permiten ninguna salida.
  4. Sentido del humor. Su función principal es ayudarnos a distanciarnos emocionalmente de la situación que nos estresa percibiendo la comicidad entre nosotros mismos y las circunstancias que nos acosan. El humor facilita la descarga de la tensión emocional y nos hace resistentes al estrés.

    «Cuando discuto con la realidad, pierdo, pero sólo el cien por ciento de las veces»


  5. Hablar, compartir y solidarizar. Hablar es saludable para el corazón y para la mente. Evocar y relatar las sensaciones corporales y los sentimientos de temor, dolor, vulnerabilidad e indefensión nos permite transformarlos poco a poco en pensamientos coherentes de intensidad emocional más manejables. Contar a personas comprensivas y solidarias las cosas que nos preocupan nos ayuda a validar lo que nos pasa y a legitimar sus efectos en nosotros. Además, la solidaridad, sentirse comprendido y respaldado amortigua los golpes, aplaca el estrés y la angustia que causan las adversidades.

En definitiva, la resiliencia lejos de ser una cualidad excepcional es algo común, corriente y normal presente en la mayoría de los seres humanos. Un poder ordinario que tenemos todos. Conocer sus ingredientes no solo puede ser útil para fomentar nuestra calidad de vida a nivel individual, sino que también ofrece herramientas eficaces a la hora de desarrollar programas para promover y proteger la salud de las personas de nuestra sociedad, especialmente de los más vulnerables.

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